La herencia

La herencia

La señora Ana

Ahora me doy cuenta de lo tonta que fui. Cientos de veces me lo repitió mi Clara.

―Mamá, deberías gastarte el dinero en ti y disfrutar de lo que conseguiste trabajando tan duro.

Ahora me arrepiento de no haber hecho caso a mi querida hija. Mira qué cara de buitres tienen, sentados en mi salón, en mi mesa, en mis sillas y deseando disfrutar de mis cosas. Estaban anhelando que me muriese y poder repartirse lo que tanto esfuerzo me costó conseguir.

Como el día que encontré a la mujer de mi Antonio midiendo el arcón de mi habitación. ¡Ah! Mi arcón, mi madre me lo regaló cuando me casé porque sabía lo mucho que me gustaba. Aún recuerdo cuando me escondía en él para jugar el escondite. O cuando rebuscaba entre la ropa de mi madre para vestirme como ella. 

Pues no le pienso dejar el arcón a esa arpía. Estoy deseando ver sus caras cuando mi abogado lea el testamento. He retrasado mi marcha para poder disfrutar de este momento. Y más desde este lugar. Fue una buena idea decirle a Rodrigo que preparase una silla para mí.

Clara

La velada comenzó muy tranquila. Rodrigo, el mayordomo de mi madre, tenía la mesa preparada; incluso había dejado una silla en honor a mi madre. Nos habíamos reunido todo para levantar el testamento de mi madre. Ella había sido una mujer muy trabajadora y durante toda su vida había conseguido amasar una fortuna.

A la mesa nos sentamos mi hermano con su esposa, mi hermano Ramón con su nueva novia y yo. Aquella noche dejé a mis hijos con mi ex para estar más tranquila; pero las fieras de mi hermano Antonio estaban en otra sala, con la nani. Aquella batalla que se oía desde el salón principal sería el preludio de lo que se avecinaba después.

La cena podría haber sido más agradable si solo hubiésemos asistido mis hermanos y yo, pero las parejas insistieron en acudir; en concreto Lara. Se había casado con Antonio para poder salir del pueblucho donde vivía y esa noche quería asegurarse que todo saliera a su favor. Pues se quedó en eso, un intento.

El mayordomo

La señora tenía las cosas muy claras y lo dejó todo preparado antes de dejarnos. Siempre fue una mujer trabajadora y generosa con las personas a las que amaba. A sus hijos los adoraba, pues no así a sus parejas. Aunque a la que más quería era a Clara.

Clara vivía para su madre, la visitaba a diario y pasaban la tarde juntas.

Por eso, la señora dejó por escrito todo. En la mesa tenía que preparar una silla vacía en su honor; a su derecha se sentaría la señorita Clara y a su izquierda el abogado de la señora. El resto de comensales se sentarían en las otras cuatro sillas.

La cena transcurrió sin sobresaltos.

Pero una vez hubo terminado, la calma quedó perturbada por los gritos de la señora Lara.

―¡Esa vieja arpía! Nunca le he caído bien y esta es su forma de vengarse de mí ― gritaba mientras señalaba a la pareja del señorito Ramón―. Y también se ha vengado de ti.

El señor abogado había sentenciado que la señorita Clara sería la dueña de la casa y todas las pertenencias que había en ella y que la fortuna de la señora se repartiría entre sus tres hijos. También resolvió que yo me quedaría al servicio de la casa hasta mi jubilación. 

El señor Antonio y el señorito Ramón se quedaron sin palabras, atónitos y más fríos que la escultura de la entrada. Pero no hacía falta que dijesen nada, pues la señora Lara ya hablaba por ellos dos. Los gritos retumbaban por toda la casa, incluso se hizo el silencio en la sala donde estaban los niños. De su boca salieron todo tipo de improperios hacia la señora y su familia.

La sopera

Hoy es un día especial, seguro que viene alguien importante a cenar, solo me sacan de paseo los días que viene alguien a cenar o comer.

Debe ser un día caluroso porque me han puesto dentro una vichisua. 

Sí que es un día caluroso porque la hija de la señora Ana lleva un precioso vestido negro de manga corta, se la ve triste pues está más seria y cabizbaja de lo normal. Ahora, a la que veo exultante es a la señora Lara, se ha puesto un precioso vestido rojo de tirantes; está tan elegante. 

Espera, hay una mujer nueva a la mesa. Pero a quien no veo es a la señora Ana.

Poco a poco se va agotando la vichisua, eso es porque Rodrigo cocina muy bien.

Una vez terminada la cena, el abogado de la señora Ana saca unos papeles y comienza a leer, no entiendo muy bien lo que dice pero debe ser interesante porque todos están callados y atentos.

Hasta que la señora Lara comienza a gritar, hacer aspavientos y señalar a la mujer nueva.

De repente, un ruido me saca de mis pensamientos. El señor Antonio, después de dar un fuerte golpe en la mesa hace un gesto de “se acabó”. Le señala la puerta a la señora Lara que llama a sus hijos y se marcha.

Mientras tanto, el abogado de la señora Ana se frota las manos.

Autora

Aida Muñoz

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